jueves, 7 de agosto de 2014

Te dije que te iba a doler mucho

Te dije que te iba a doler mucho. Cuando tu poder dejara de tener efecto sobre mí y el momento en que no fuera más esa muñequita rota en tus manos con la que podías jugar, armar, romper, pegar y usar para después tirar a la basura. Como un día sin darme cuenta dejé de pensarte, de llorarte, de retenerte conmigo como pedacitos de mi misma a las que recurría cada noche, y te dejé ir. Porque dejaste de ser mi infierno, mis demonios, mis fantasmas, mis pesadillas, mi castigo y mis memorias filosas con las que no podía dejar de pincharme los dedos, las heridas viejas que no quería dejar sanar y todos esos cuentos incompletos a los que me aferraba.

Te dije que te iba a doler mucho. El momento en que dejara de encontrarme pedazos tuyos en canciones viejas y en todos esos lugares a los que nunca fuimos. Cuando dejara de buscarte entre las risas de los niños y en cada par de ojos claros que encontrara por ahí; incluso en la poesía. Te dije que te iba a doler mucho cuando dejara de escribirte, de soñarte, de derretirme ante la primera palabra que me dijeras. Cuando por fin dejara de traicionarme a mí misma para no fallarte y de intentar sentirme lo suficiente buena como para que tus dedos me tocaran. Porque ahora lo entiendo, que siempre me sentía incompleta a tu lado porque  te encargabas de hacerme creer cada día que valía solo la mitad de lo que soy para así buscar pedazos de mí entre tus llamadas de a cinco pesos el minuto y en besos rotos, entre las sábanas ajenas que compartías conmigo y en todas las mentiras piadosas que les dijimos para seguir tocándonos las ganas.

Te dije que te iba a doler mucho. Y me subestimaste. Pensaste que sería siempre esa niña tonta que te creía todas las mentiras solo porque se escuchaban bonitas y que hacía todo lo que le pedías solo porque tú lo decías. Creíste que podías seguir jugando conmigo porque me hiciste creer que este amor que sentía por ti era una condena; que amarte debía ser lo mejor y lo peor y quizá lo único que sería de mi vida, y yo debía soportarlo todo porque te quería. Debía amarte hasta el fin de mis días solo porque si no lo hacía entonces nunca lo habría hecho bien, a pesar de haberme visto tantas veces en el suelo rogando por las migajas de algo que hacía tanto tiempo que había dejado de existir. Porque no debía odiarte, y porque dijiste  que «todo fue mi culpa», y todo eso que estaba consumiéndome la vida en las madrugadas en las que tenía que enterrar la cara en la almohada solo para que nadie pudiera verme con el corazón a carne viva era la prueba de que fuiste real así que debía aprender a vivir con ello. Y lo hice. Pero ya no más.

Te dije que te iba a doler mucho. Me perdiste.


Y yo me encontré.

6 comentarios:

  1. Sigue así, te admiro.

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  2. No entenderé como hay personas que no valoran lo que damos, hacemos, o realizamos por ellas.
    Tienes un tipo don.
    100 nudos en el corazón.

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