Es cruel.
Mórbidamente cruel. ¿Tú sabes? ¿Realmente sabes? ¿Cómo es sentir que una parte
de ti mismo fue extraviada y que nunca más volverá, y forzarte a rellenar ese
huequito de ti mismo con letras y con canciones y con días soleados y
atardeceres húmedos, para al final dormirse sintiéndote un poquito más vacía,
un poquito más hueca por algún recóndito lugar del centro de tu pecho el cual
ni si quiera puedes nombrar? ¿Cómo es sentirte perdida en ti misma todo los
días, sabiendo que quizá nunca puedas estar completa otra vez porque la vida se
encargó de robarte un pedacito de tu esencia y ahora está tan lejos y tú tan
olvidada que ni siquiera puedes recordar cómo era? ¿Sabes cómo es eso? Y
entonces de pronto, sin darte cuenta, volver a estar entera y encontrarte con
alguien que sin notarlo se cuela entre las grietas de ti, luciendo inocente e
incluso inofensivo. Y siendo letal. Soy su nínfula, de muslos delgados, cabello
enmarañado, ojos grandes y figura pequeñita, con un dedo en la boca y una
sonrisa traviesa que sabe justo lo que le provoca, consiente de su poder; pero indefensa
ante el vuelco de emociones que la aplasta justo cuando el placer termina y él
se levanta y con un cigarrillo en la boca se da vuelta para ver la ventana y
regresar a sí mismo fuera de ella. Indefensa a esa necesidad que le pica las
manos y los labios y la boca del estómago cada que él la mira sonriéndo, cada
que desea tan solo tomarle la mano en la oscuridad sin decir nada, cada que
quiere darle un beso en los labios con la intensión de ser solo beso y ternura
y un cariño que solo el silencio comprende. Cada que quiere solo recostarse en
la cama sin tocarse y hablar hasta quedarse dormida, entre palabras queditas y
una complicidad propia de la madrugada que ni ellos comprenden.
Soy su nínfula.
(Una nínfula
rota,
una nínfula enferma.)
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